Por: Equipo de Alianza Comunicación y Pobreza.

Ya sabemos que la “nueva normalidad” que está comenzando trae consigo una crisis social y económica de proporciones no conocidas por las últimas generaciones humanas. No cabe duda de que tendremos retrocesos respecto de lo avanzado en las últimas décadas en materias de bienestar humano, incluso en aquellos temas en que aún manteníamos graves deudas, como la salud, las pensiones, la infancia o los campamentos.

A lo anterior, también se suma que garantizar los derechos básicos nos tensiona como sociedad en las dimensiones éticas, normativas y económicas del país. Y mientras la discusión se produce, muchos ciudadanos deben lidiar a diario con dicha tensión: sus decisiones cotidianas están siendo protegerse del contagio y quedarse en casa, o exponerse resguardándose lo más posible y poner comida sobre la mesa de su familia.

Lamentablemente, dentro de este complejo contexto, ya se están registrando otros “retrocesos” en la calidad de nuestra convivencia social. El miedo y la ignorancia están agudizando la xenofobia, el racismo y la aporofobia, señalando a ciertos colectivos como “foco de contagios” y no su dimensión de seres humanos igualmente expuestos, pero con mayores desventajas.

En este contexto, los medios de comunicación no tienen justificación para experimentar tal retroceso, para dejar atrás lo aprendido y avanzado en años respecto de los arquetipos de pobreza, respecto del trato a las personas y a la cobertura que aumenta la estigmatización de territorios y tipos de poblaciones. No importa si la intención de realizar ese tipo de coberturas es buena, si los efectos son estigmatizadores.

Cités o galpones, lugares con gran hacinamiento que generan muchas ganancias a sus dueños mediante el pago de arriendos son situaciones de absoluta vulneración de los derechos humanos, que hoy parecen comenzar a emerger en la pauta de los medios. Se trata de noticias emitidas en los últimos días a propósito de un grupo de ciudadanos extranjeros residentes en Quilicura que se aborda como un mero foco de infección, y no como un problema de urgencia sanitaria, como lo hemos visto en coberturas de barrios y grupos distintos.

No fue lo mismo con un colegio de Las Condes con un brote, el primer brote, que afectó al doble de personas que en Quilicura. Sobre todo, ahí, se marca la diferencia, no vemos casas, caras, apenas si la mención a ese colegio y otras comunidades donde el virus se expandió con fuerza y según el propio alcalde, por la propia incomprensión e indisciplina de los mismos habitantes. Pero sí una familia extranjera estuvo horas en vivo desde la Plaza de Armas exponiéndose, y días después las cámaras entraron hasta las habitaciones, los baños, y la vida íntima de las poblaciones migrantes, especialmente haitianas.

En las épocas de crisis, inéditas como la que enfrentamos, los manuales éticos y de estilo de los medios deben ser tensionados, puestos a prueba y modificados de acuerdo con lo que se requiera. Deben desafiarse a ser facilitadores de comprensiones y reflexiones sobre el fenómeno que vivimos, que profundicen en la oportunidad de cambio de paradigma que estamos viviendo. En suma, deben ser un aporte a la ciudadanía.

Si a sectores de la sociedad esto le parece una crisis que hay que tratar con costumbres medievales, los medios deben entender que ellos, en cambio, siguen en el siglo XXI.